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Caminemos para ganarlos

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Para guiar a un niño a Cristo es de mucha ayuda tener planificados los pasos a seguir y utilizar un bosquejo. En esta serie, vamos a describir el proceso paso a paso. Al final de la serie hallarás tres bosquejos resumidos de este plan de consejería, con distintos grados de detalle. Puedes imprimir uno de ellos y guardarlo dentro de tu Biblia o, mejor aún, pegarlo en el interior de la cubierta. Así, siempre que estés aconsejando a un niño, puedes echar un vistazo al bosquejo de vez en cuando para recordar cómo sigue.

Sin embargo, aconsejar no es un mero ejercicio mecánico. El Espíritu Santo está obrando para convencer y regenerar. Es necesario, en todo momento, ser flexibles y sensibles a la dirección del Espíritu Santo en respuesta a los problemas y necesidades del niño. Se pueden presentar circunstancias, preguntas y problemas que impidan seguir exactamente este esquema. Pero es de gran ayuda entender bien que este plan es ideal para ser utilizado como base en el proceso de aconsejar.

Hay diez pasos que se deberían intentar seguir para conducir a un niño a Cristo:

Paso 1: Asegurar que el niño se sienta cómodo

Puede que el niño esté nervioso y preguntándose qué es lo que va a ocurrir, especialmente si es pequeño. Una risita tonta puede a veces ser un problema (sobre esto, véase la pregunta 2 y su respuesta en la siguiente serie «Algunas preguntas y respuestas»).

Sonríe y tranquilízalo. Dile lo contento que estás de que quiera hablar contigo.

Pregúntale cómo se llama y cuántos años tiene (si no lo sabes), y utiliza su nombre durante el resto de la conversación.

Averigua si alguien le está esperando o si lo esperan en casa a una hora determinada, y haz los arreglos que sean oportunos.

Te ayudará poder averiguar al principio si es católico romano, judío, etc. Para ello puedes preguntarle si asiste a catequesis o a alguna iglesia; y, si es así, a cuál. En algunas situaciones puede ser de ayuda averiguar también a qué colegio asiste.

Además, se le puede preguntar si le gusta la escuela y cuáles son sus asignaturas favoritas. Este tipo de conversación ayuda al niño a estar más relajado y dispuesto a hablar con menos timidez.

Paso 2: Identificar el problema que tiene el niño

Como si fueras un médico, debes hacer un «diagnóstico» del problema espiritual del niño antes de poder ayudarle. Un médico nunca debe recetar una medicina o un tratamiento sin haber examinado antes a su paciente e intentado averiguar lo que le pasa. Lo mismo se aplica en el caso del consejero de niños.

Los cuatro grupos principales de niños

Los niños que acuden a solicitar ayuda y consejo después de una reunión pertenecen normalmente a uno de estos cuatro grupos o categorías principales, y ante cada uno de ellos se ha de actuar de diferente manera.

Grupo 1: El niño que no es sincero o que no está preparado

Quizá tenga curiosidad. Puede que haya ido a hablar contigo porque otro lo hizo. O que esté allí sólo porque su hermano mayor te quiere hablar. Puede que haya venido porque ha oído que los que lo hacen reciben un libro en forma gratuita. Es posible que haya venido sólo porque quiere agradarte. O, incluso, sólo «para divertirse».

Grupo 2: El niño que no ve su necesidad de salvación

No comprende lo que es el pecado y no tiene convicción del mismo. Esa clase de niño suele ser de corta edad.

Grupo 3: El niño al que le falta seguridad o que tiene problemas como creyente

Ya ha confiado en Jesucristo como su Señor y Salvador, pero piensa que necesita ser salvo de nuevo. O sabe que es salvo, pero tiene algún problema o pregunta que le preocupa.

Grupo 4: El niño que es sincero, que comprende, pero no es salvo, y realmente quiere serlo.

Muchos niños que vienen buscando consejo pertenecen a esta categoría, y este es el grupo del que trataremos principalmente en lo que resta de este libro.

Las tres preguntas principales que hay que hacer

A cada niño que se acerca para hablarte debes hacerle tres preguntas, cada una de las cuales está relacionada con uno de los tres primeros grupos a los que hemos hecho referencia en el párrafo anterior. De esta manera, podrás descubrir a qué grupo o categoría pertenece, por lo que debes escuchar con atención sus respuestas.

Primera pregunta: ¿Por qué quieres hablar conmigo?

Esta pregunta se puede formular de diversas maneras: «¿Por qué te quedaste para conversar conmigo? ¿Quieres hablar de algo que hemos dicho en la historia de hoy?», o bien: «¿Qué te gustaría que hiciese el Señor Jesús por ti?»

La respuesta del niño debe mostrarte si es sincero o si pertenece al primer grupo de los mencionados en el apartado anterior. Si su respuesta indica que de verdad quiere creer en Cristo entonces hay que hacerle las siguientes preguntas.

Si, por el contrario, es evidente que no es sincero o que no está dispuesto a proseguir, tómate el tiempo que sea necesario para enfatizarle que confiar en Cristo es el paso más importante que tiene que dar. Dile que debe pensar con mucha seriedad y que puede creer en Cristo en cualquier momento y en cualquier lugar. Debes hacerle saber también que siempre estarás dispuesto a hablar de nuevo con él en cualquier momento que lo desee. Esta conversación con el niño debería ser un primer paso para establecer una relación con él que podría conducir a su conversión en un futuro.

Pero, por el momento no puedes hacer nada más.

Si está claro que el niño sólo ha acudido a divertirse puedes añadir una palabra de corrección o de reproche; pero al mismo tiempo debes animarlo a tomar en serio y a considerar la posibilidad de confiar en Jesucristo como su Salvador.

Segunda pregunta: ¿Alguna vez has pecado o hecho algo malo?

Esta pregunta también puede ser formulada de diversas maneras: «¿Qué es lo que Dios ve cuando mira en tu corazón y en tu vida?»; «¿Qué es pecado para ti?»; «¿Cuáles son algunas de las cosas malas que has hecho?».

Preguntas de este tipo permiten tanto al niño como al consejero a hablar acerca del pecado.

Sus respuestas a estas preguntas te ayudarán a saber si el niño comprende que necesita la salvación. Si no es así, pertenece al segundo grupo de los citados antes y no está dispuesto a proseguir.

No obstante, no basta con que el niño sepa que ha pecado y pueda responder: «Sí» a las preguntas anteriores. Debe tener convicción de pecado, así como un deseo de desecharlo y de ser diferente.

Por tanto, se puede continuar haciéndole preguntas como: «¿Quieres seguir siendo así?»; «¿Qué quiere Dios que sientas con respecto a las cosas malas que has hecho?»; «¿Te gustaría cambiar con la ayuda de Dios?», o bien «¿Por qué quieres ser diferente?».

Si el niño no comprende lo que es el pecado o no está convencido de su propia pecaminosidad, pertenece al segundo grupo de niños mencionado anteriormente. No puedes guiarlo a Cristo en este momento. Dile que necesita darse cuenta de su propia pecaminosidad antes de poder confiar en Jesucristo como su Salvador, y que cuando lo haga podrá pedirle al Señor Jesús que lo salve. Debes hacerle saber también que puede volver a hablar contigo con toda libertad si necesita ayuda. Ora con él antes de que se vaya y pídele a Dios que le muestre que es pecador y le ayude a confiar en Jesucristo. Debes tener cuidado, no obstante, de que no se sienta salvo por el mero hecho de que hayas orado con él.

Si, en cambio, parece que ha comprendido y tiene convicción de pecado, pasa a la tercera pregunta.

Tercera pregunta: ¿Le has pedido ya al Señor Jesús, con todo tu corazón y tu vida, que perdone tus pecados?, o bien: ¿Habías hecho algo así antes?

La respuesta del niño debería mostrar si realmente es salvo.

Si el niño responde que no, o si tienes dudas después de preguntarle si es salvo o no, entonces considéralo como un niño que no es salvo pero que entiende. En otras palabras, pertenece al cuarto grupo mencionado anteriormente.

Si, en cambio, el niño responde que sí, deberías pedirle que te explique cómo ocurrió. No aceptes el «Sí» en forma inmediata. Puede que haya dicho que sí porque siente que eso es lo que quieres que diga; o quizá haya respondido que sí porque todas las noches antes de ir a la cama reza alguna pequeña oración. Escucha con cuidado su respuesta y pregúntale más si es necesario. Si ahora estás razonablemente seguro de que en verdad es salvo, pertenece al tercer grupo y debes tratarlo como un niño nacido de nuevo que ha perdido la seguridad de su salvación y necesita ayuda en su vida cristiana.

En cualquiera de los casos, debes intentar averiguar cuál es la razón de su falta de seguridad y proporcionarle la solución a partir de la Palabra de Dios. Puedes hacerlo haciéndole preguntas como: «¿Por qué piensas que ya no tienes al Señor Jesús en tu corazón y en tu vida?».

Las posibles razones de su falta de seguridad son las siguientes:

· Que haya pecado y crea que por eso Jesucristo lo ha abandonado.

· Que haya dejado de lado la comunión con el Señor a través de la oración y del estudio bíblico.

· Que nunca haya entendido o recibido la seguridad de la salvación debido a que nadie le ha enseñado sobre ese tema.

¿Cómo se lo puede ayudar?

· Explicándole que Jesucristo no lo ha abandonado (que esto no puede ocurrir) y que por tanto no necesita ser salvo de nuevo (Hebreos 13:5).

· Mostrándole su necesidad de confesión (1 Juan 1:9).

· Enfatizando la importancia de tener un tiempo devocional todas las mañanas o en algún momento durante el día.

· Resumiendo brevemente lo que enseña la Biblia acerca de la seguridad de la salvación. Puede estar seguro de que es salvo porque la Biblia lo dice (Hechos 16:31) y también porque ha habido un cambio (aunque sea pequeño) en su vida (2 Corintios 5:17).

Después, ora con él, dándole unas palabras de ánimo y deja que se vaya.

Cuando le hagas las tres preguntas, o series de preguntas, descritas anteriormente, es posible que no estés plenamente seguro de que el niño sea sincero, si comprende o si ya ha confiado en Cristo. En otras palabras, quizá no estés seguro a qué grupo pertenece. En caso de incertidumbre es mejor aconsejarlo y tratarlo como uno del cuarto grupo, a no ser que estés convencido de que pertenece a alguno de los otros tres.

Tomado y adaptado del libro Ganemos a los niños para Cristo, Sam Doherty, Desarrollo Cristiano Internacional, 2002, pp. 29–35

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